Dalmacio Negro. «Europa: la destrucción de las naciones (II)».

4.- Las naciones se formaron en la Edad Media como partes de la universitas christiana. El gran historiador Ranke filió cinco bien diferenciadas: la germánica, la inglesa, la francesa, la italiana y la española. Curiosamente, no mencionaba la eslava, que sería la sexta (ni la ugro-finesa, una Nación menor y separada físicamente). Algunas fracciones de las mencionadas por el historiador alemán se desgajaron formando otras naciones. Por ejemplo, Portugal, parte de Hispania; Austria, el Imperio alemán, Escandinavia, Dinamarca, Holanda, partes de la Nación germánica.naciones medieval
A finales del siglo XV, entre 1492-1494, coincidiendo con el final de la Reconquista, la unión de las monarquías de Castilla y Aragón y el descubrimiento de América, se instituyó la ley del equilibrio europeo entre las tres más grandes y poderosas políticamente, España, Francia e Inglaterra, comenzó la Weltpolitik, la política mundial, y se empezó a hablar de Europa para designar el ámbito geográfico de la Cristiandad.
Montesquieu pensaba en el siglo XVIII, que Europa era una Nación de Naciones, pues la Nación es la forma política de Europa una vez constituida como tal; igual por ejemplo que la Polis en la Grecia clásica, un conjunto de poleis. Sin perjuicio de la clasificación de Ranke, se formaron más de cinco naciones en torno a monarquías. «En cierto sentido, decía Bertrand de Jouvenel, es sobre el trono donde se forma la nación. Los súbditos se convierten en compatriotas como resultado de la fi-delidad a una misma persona». Las naciones se configuraron territorialmente a medida que, apoyándose recíprocamente reyes y burgueses -habitantes de burgos o ciudades- frente a los múltiples poderes feudales, se afirmaban las clases medias, una peculiaridad europea, igual que la Nación como forma histórica política. De ahí que Nación y clase media sean sociológicamente casi lo mismo. Es insólito el caso de un monarca que intente destruir su Nación y su clase media para afirmarse, potenciando y fomentando en cambio oligarquías

5.- El espíritu de la Nación es el resultado de un conglomerado de costumbres, usos y tradiciones unificadas por un mismo êthos o carácter colectivo a consecuencia de una convivencia histórica más intensa; en España, por ejemplo, por la Reconquista como un objetivo común, aunque fuesen corrientes las disensiones y enfrentamientos entre los distintos reinos, lo que retrasó la reunificación política de la Nación española.
Ahora bien, todas las naciones europeas participan de un êthos superior al de cada una, êthos o moralidad colectiva determinado originariamente por la fe católica como el fundamento de las creencias sociales comunes, siendo la religión lo común o público y teniendo la Iglesia la auctoritas suprema sobre la potestas de los diversos poderes políticos laicos, pues la laicidad es connatural a la fe cristiana: la respuesta evangélica «dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César», legitima los poderes políticos. En Europa, bastaba durante mucho tiempo ser cristiano, pertenecer a la ley de Cristo mediante el bautismo, para ser considerado lo que se llama hoy ciudadano. Así, un alemán podía ser obispo u ostentar otro cargo eclesiástico o laico, en España, en Inglaterra o en cualquier otro país de la Cristiandad -igual que el papa-, aunque por razones obvias solían ser nativos.
En fin, como dice Pierre Manent en un acertado párrafo, «el desenvolvimiento político de Europa es solamente comprensible como la historia de las respuestas a los problemas planteados por la Iglesia -una forma de asociación humana de un género completamente nuevo, subraya Manent-, al plantear a su vez cada respuesta institucional problemas inéditos, que reclaman la invención de nuevas respuestas. La clave del desenvolvimiento europeo es, afirma el pensador francés, el problema teológico político».

6.- Debido a la inversión en Europa del dualismo natural religión-política -ley de Cristo-ley estatal-, el Estado plantea hoy los problemas. Montesquieu pronosticó ya a la vista de la tendencia al despotismo de las modernas Monarquías absolutas (la cita está tomada de Hannah Arendt): «La mayoría de las naciones de Europa están aún regidas por las costumbres. Pero si se consolida el despotismo en algún momento por medio de un prolongado abuso del poder, por medio de alguna enorme conquista, no habría costumbres ni clima intelectual que pudiera resistírsele».
El despotismo monárquico, heredado por el Estado cuando se independizó de las monarquías, está en el origen del nihilismo, pues la naturaleza del Estado es la neutralidad, y su principio, la soberanía jurídica y política, tiende a neutralizar todo. Manent recuerda en otro lugar, que la monarquía absoluta cambió la trayectoria política de Europa: introdujo la nueva tradición de “la voluntad y el artificio” frente a la tradición de “la naturaleza y la razón”, la natural en Europa (M. Oakeshott).
La causa es que esa forma monárquica impuso paulatinamente el predominio de la política sobre la religión. invirtiendo el orden normal de las cosas.espadas Pues, como decía Tocqueville, «no hay ninguna acción humana, por muy rara que sea, que no nazca de una idea muy general que los hombres han concebido de Dios, de sus relaciones con el género humano, de la naturaleza de su alma y de sus deberes hacia sus semejantes. No podemos evitar que esas ideas sean la fuente común de la que proviene todo lo demás». O, como decía también Hegel, die Religion ist der Ort, wo ein Volk sich die Definition dessen gibt, was es für das Wahre hält, el lugar donde (o el modo en que) un pueblo se da la definición de lo que es la verdad para él. De otra manera: «el modo y la manera de la conciencia en que la verdad se da a todos los hombres». La crisis de la verdad -el relativismo-, es correlativa a la crisis de la religión. Si no hay verdades religiosas las impone o tiene que imponerlas el poder político para hacer posible la convivencia. La “ley del termómetro” de Donoso Cortés es inexorable: «no hay más que dos represiones posibles: una interior y otra exterior, la religiosa y la política. Éstas son de tal naturaleza, que cuando el termómetro religioso está subido, el termómetro de la represión está bajo, y cuando el termómetro religioso está bajo, el termómetro político, la represión política, la tiranía, está alta». La diferencia radica en la forma de la represión. Tocqueville había escrito un poco antes del lugar antes citado: «Dudo que el hombre pueda nunca soportar a la vez una completa independencia religiosa y una entera libertad política; y me siento obligado a pensar que, si no tiene fe, es preciso que sirva, y que si es libre, es preciso que crea».

7.- Ortega identificaba el cambio histórico con el cambio generacional. El actual, más que un cambio es una crisis histórica: afecta a todas las generaciones vivas y futuras. Es como el comienzo de un tiempo histórico de transición en el que se cuestionan o decaen las antiguas creencias, las tradiciones, los viejos mitos, las costumbres y las actitudes acostumbradas, las formas de razonar y de sentir y, en definitiva, las formas de vida: las rutinas, que, decía Whitehead, son la urdimbre de la vida colectiva. Pero hay rutinas naturales y rutinas artificiales y el Estado crea rutinas artificiales basadas en la represión coactiva, que llevan al conformismo.
Nada menos que la constitución Gaudium et spes (4) del Vaticano II (1962-1965), uno de los grandes acontecimientos del siglo XX, reconocía sin ambages, que «el género humano se halla hoy en un período nuevo de su historia caracterizado por los cambios profundos y acelerados, que se extienden progresivamente al universo entero». El estado del mundo es completamente distinto en 2015 al de las décadas de 1950, 1960, 1970, 1980, 1990 o 2000.
Son muchas las concausas, pero la tendencia, como decía Ranke, o la trayectoria dominante, como decía Julián Marías, es la nihilista, inducida por las ideologías o religiones de la política apoyadas en la neutralidad estatal. La neutralidad siempre favorece a unos y perjudica a otros y el Estado, asaltado por las ideologías y los poderes oligárquicos, ha devenido el mayor enemigo del pueblo, de la Nación, de la cultura y de la civilización.
Ratzinger planteó la cuestión crucial en su imprescindible opúsculo El cristiano en la crisis de Europa: «Si, por una parte, el cristianismo ha encontrado en Europa su manifestación más eficaz, por otra parte hay que decir asimismo que ha tomado cuerpo en Europa una cultura que se presenta como la contradicción absoluta y más radical no sólo del cristianismo, sino también de las tradiciones religiosas y morales de la humanidad. De aquí se deduce, que Europa está experimentando una auténtica “prueba de resistencia”; y así se entiende también, escribía Ratzinger, el radicalismo de las tensiones a las que tiene que enfrentarse nuestro continente».
Peter Sloterdijk, el pensador alemán actual seguramente más interesante, sostiene con cierto optimismo que la situación de Europa es revolucionaria. Ha escrito recientemente: «Desde la década de los años ochenta podemos presenciar la emergencia de un nuevo Zeitgeist fácilmente reconocible en sus figuras. Se trata de un espíritu destructor del tiempo, que transforma la falta de seriedad en estilo de vida y eleva la pérdida de realidad del mundo a categoría de principio»…«En el clima del vacío ideológico, sugiere Sloterdijk, pudo ganar terreno la concepción de que existía una nueva virtud europea, a saber, la de carecer ya de una idea general acerca del mundo como totalidad». Sloterdijk se queda corto. La idea del mundo como totalidad -die Wahre ist das Ganze, lo auténtico o la verdad es el todo (Hegel)- se reduce a lo que se llama toscamente la globalización. Y, sobre la revolución, hay que recordar que, si es auténtica, la preparan los gobiernos que se alejan de la realidad o se oponen a ella con sus torpezas y con sus actos. Es lo que está ocurriendo especialmente en Europa.
Cuando estalla una revolución, es porque está hecha en las cabezas, observó agudamente Ortega. Las revoluciones no son por eso necesariamente negativas. Un buen ejemplo es la norteamericana y si se reflexiona, la mayor de todas las revoluciones habidas hasta ahora ha sido la cristiana de la que son tributarias todas las posteriores. El gran problema de las revoluciones auténticas es la imposibilidad de saber como acabarán y si acabarán. La revolución cristiana es la única que se sabe que concluirá con el fin de los tiempos, el fin de la historia, que no es un concepto secular sino teológico.

[CONTINUA…]

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