«Los dioses de la Revolución» Christopher Dawson.

“Los dioses de la Revolución”. Christopher Dawson. Madrid, Encuentro, 2015. 214 pp.

Armando Zerolo Durán

USP-CEU Madrid

Acaba de publicarse por primera vez en español un opúsculo de Christopher Dawson en una cuidadísima edición y traducción a cargo de Jerónimo Molina.

El ensayo, como todas las obras de Dawson, es claro, bien documentado y muy ameno. Su tesis es que toda civilización tiene un sustrato religioso, lo quiera o no. La Revolución Francesa se presta a un “case study”, como dirían los compatriotas del autor, pues es un buen ejemplo de cómo actúa lo religioso en la política. En la Revolución las ideas religiosas, después de la sequía racionalista de la Ilustración, actuaron como alma y fuerza de las grandes sacudidas del fenómeno revolucionario. Dawson tiene el interés de desvelarnos que, cuando lo religioso no encuentra su cauce trascendente y, por tanto, se politiza, acaba convirtiéndose en una religión secular.revolucion francesa

La revolución protestante y una de sus secuelas, el calvinismo, produjeron una serie de convulsiones políticas a lo largo de los siglos XVI y XVII que tuvieron por efecto un auge de los nacionalismos y de las religiones particulares. Configuraron poco a poco un modo de entender la política en el que todo dependía del poder político, dejando poco espacio a lo imprevisible. Territorio, religión y salvación eran un todo fuera del cual era difícil encontrar sentido a la vida. La Ilustración quiso acabar con estas “supersticiones” introduciendo un modo “científico” de organizar la vida. El S.XVII y parte del XVIII vio nacer un entusiasmo por la razón y los modos racionalistas de organizar la vida. Dios era un mecánico perfecto que diseñó una máquina sin fallos. El hombre podía hacerse con los mandos y dirigirla con el uso exclusivo de su inteligencia técnica. Se podía recomenzar la historia abandonando las viejas creencias góticas y partir de una naturaleza humana, “tabla rasa”, para construir el nuevo edificio humano, inmanente y secular, “racional”. Pero la historia demostró que estos planteamientos dejaban demasiadas cosas fuera y que la vida, en efecto, se convertía en algo insoportable. Pronto llegó el aburrimiento político y fue fácil despertar de nuevo el fervor con las religiones seculares. La Revolución Francesa llegó para dar respuesta a los anhelos religiosos del hombre y los “ciudadanos” dejaron que les pastoreasen sin escrúpulos.

El centralismo y la mano férrea de Luis XIV habían conseguido organizar eficazmente el territorio y crear una forma de gobierno útil, pero tal concentración de poder en una sola persona solo era sostenible por alguien con una energía excepcional que, en el éxito indiscutible de su poder, encontraría también la causa de su fracaso. “La aristocracia más orgullosa y antigua de Europa –escribe Dawson- cuyo origen se pierde en la historia, es un árbol podrido que se lleva por delante la primera ráfaga de la tormenta”. Los católicos independientes son pocos y la Iglesia francesa es una rama entre otras, y no Luis XVIprecisamente la más vigorosa, del grueso tronco del absolutismo. La sociedad dirigente, según imágenes usadas en la época, “baila al borde de un volcán” o “anda sobre una alfombra de pétalos de rosa al borde del precipicio”. Su inconsistencia e irresponsabilidad les hace ser perfectamente inconscientes de su situación y de la de su país. La Revolución no tendrá por qué ser un viento huracanado para arrasar el viejo edificio carcomido, bastará un suave soplo para que la estructura colapse.

El nuevo orden social no podía fundarse en los viejos cimientos del Antiguo Régimen y buscó en el entusiasmo religioso de las religiones seculares el impulse y el material para la reconstrucción del edificio. “La Declaración de los Derechos del Hombre, credo oficial de la Revolución francesa, le proporciona al descontento político y económico del pueblo francés una fundamentación filosófica o, mejor, teológica, en la que basar un nuevo orden social”. La Asamblea Nacional ya empezada la Revolución, busca unir al rey y la religión con la Nación, el nuevo concepto político, en una refundación total de la Iglesia nacional. Claro está que, como toda religión, tendría que tener su propio credo. Según Dawson, “su credo es la declaración de derechos y su evangelio El contrato social [Rousseau], desarrollando gradualmente un culto regular que tiene su centro en el Altar de la Patria, el Árbol de la Libertad, el Libro de la Constitución, y que se aplica a abstracciones deificadas como la Razón, la Libertad, la Naturaleza y la Patria. […] Como el cristianismo, se trata de una religión de salvación, la salvación del mundo por el poder del hombre liberado por la Razón. La Cruz es sustituida por el Árbol de la Libertad, la Gracia de Dios por la Razón del Hombre y la Redención por la Revolución”.revolucion francesa ii

El 21 de enero de 1793 Luis XVI muere en el cadalso y la Revolución se precipita en su segunda fase, la del Terror, y se propone llevar hasta sus últimas consecuencias los sueños de la razón. El Estado vuelve a los modos centralistas del absolutismo y Robespierre convierte el gobierno en una dictadura de guerra, pero de guerra civil religiosa, que es la peor de las guerras. Es la guerra de la libertad contra sus enemigos, es la Nación que se defiende de los “pecadores”, y en definitiva, es una guerra contra las conciencias en la que, obviamente, pierden todos. Según Dawson, “nunca ha habido un papa tan resuelto a resuelto a reivindicar la supremacía del poder espiritual como el papa de esta nueva iglesia”. Así, “la vieja religión periclita con el viejo Estado, de modo que es necesario darle una forma concreta y orgánica al ideario espiritual del nuevo orden”. La misión del espíritu de la Revolución, encarnado en el pueblo, es la moralización del Estado para que, de una vez por todas, el buen hombre y el buen ciudadano se unan en la perfecta armonía de la Naturaleza, ideal pagano de la salvación.

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