«El fin del homo sovieticus». Svetlana Aleksiévich.

«El fin del homo sovieticus». Svetlana Aleksiévich. Ed. Acantilado. 2015, 643 pp.

Svetlana Alexiévich es una autora formidable. Escritora de la historia contemporánea, observadora de los grandes cambios de nuestro siglo y, sobre todo, guardiana de lo humano. La historia no se escribe con mayúsculas porque no tiene entidad propia. La historia la hacen los hombres que actúan, eso sí, dentro de una época concreta que impone sus circunstancias.svetlana

Svetlana merece un artículo entero para ella sola, pero ahora no podemos resistir la tentación de destacar un pequeño y delicado pasaje de uno de sus grandes libros: «El fin del homo sovieticus». Es una historia deliciosa en la que una niña, huérfana y abandonada por ser hija de osadnik (colono polaco en la URSS), miserable y sola en el mundo, se encuentra con una persona que le regala unas flores y le cambia la vida:

«Un día Vladia (hermana) y yo fuimos a llevar un chal de plumón a una compradora. Un objeto hermoso destinado a alguien que habitaba un mundo distinto al nuestro. Un encargo acabado. Vladia  era muy buena tejiendo y su habilidad era nuestro único sustento. Tras pagar lo acordado, la mujer nos dijo: -dejadme que os corte unas flores-. ¡No dábamos crédito! ¿Flores? ¡¿Para nosotras?! Dos niñas pobres, vestidas con trozos de saco, hambrientas, heladas… ¡¿y aquella mujer quería regalarnos unas flores?! Vivíamos soñando con mendrugos y aquella mujer supo percibir que también éramos capaces de anhelar algo más. Estás aislado, secuestrado por la miseria, y de repente te abren una ventanilla… ¡Una ventanilla entera que nos abrían de par en par! Resultaba que no era pan lo único que nos podían regalar. ¡También podían obsequiarnos un ramo de flores! Luego, no éramos diferentes de los demás. Éramos como cualquier otro hijo de vecino… Al regalarnos flores, aquella mujer se estaba saltando las reglas. No decía que las arrancaría de algún parterre o las recogería del campo. ¡Mo! ¡Las iba a recoger de su propio jardín! A partir de entonces… Puede que aquélla fuera la llave que yo necesitaba… Puede que ella me diera la llave… Aquello significó un vuelco en mi vida… Recuerdo bien aquel ramo… Un gran ramo de girasoles. Ahora no dejo de plantarlas en mi dacha.» (p.309)

Esta es una preciosa historia sobre educación, cultura y política, porque no son las estructuras las que cambian al hombre, ni el destino del hombre está en las estructuras. Lo que cambia al hombre, incluso en el contexto más desfavorable y con la historia más adversa que pueda cargar sobre su espalda, es un encuentro humano, plenamente humano, cargado de humanidad, lleno de belleza. Un encuentro que «abre una ventana», que en la oscuridad de nuestro espacio permite que algo nuevo y fresco entre y nos conmueva (nos mueva con ello). Salimos de nosotros mismos gracias a que alguien comparte con nosotros lo mejor que tiene (unos girasoles), porque entiende que no solo somos «pan», sino también «flores». Y entonces nos damos cuenta de nuestra dignidad, que no reside en pertenecer a una organización, sino en participar de la misma Belleza, en poder comunicar lo mismo. Y es de aquí precisamente, de esta experiencia común («Éramos como cualquier hijo de vecino»), de donde nace el bien común . No es algo que venga «desde arriba», sino que nace de la experiencia común, de hombres sencillos desprovistos de ideología que se dejan cautivar por la belleza:por la forma de la Verdad.

El libro no se ahorra ni la dureza de una época ni la crueldad de un sistema político, pero en el dolor de la historia emerge con una fuerza inusitada la potencia de lo humano.

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