«Europa: la destrucción de las naciones» I. Dalmacio Negro.

[Publicamos en varias entregas la conferencia impartida por Don Dalmacio Negro en la Asociación de Mujeres Universitarias.]

EUROPA: LA DESTRUCCIÓN DE LAS NACIONES 

basilea1.-  Zygmunt Bauman llama sociedades líquidas a las sociedades actuales. Todo es incierto, relativo, no hay nada seguro: no hay verdades vigentes, todo es postmoderno, pues se ha acabado incluso la modernidad. Las ideas-creencia milenarias en que descansaban las sociedades occidentales parecen haberse evaporado ocupando su lugar ideas ocurrencia, la mayoría fugaces. El gran filósofo inglés Alfred North  Whitehead publicó  Adventures of Ideas  en 1933. Pensaba ya con su característica comprensión histórico-sociológica, que «la humanidad está ahora en uno de sus raros cambios de visión. La coacción de la tradición ha perdido su fuerza y es por eso misión nuestra -de los filósofos, de los investigadores y de los hombres prácticos- volver a crear y a poner en marcha otra visión del mundo que comprenda aquellos elementos de reverencia y orden sin los cuales la sociedad degenera en tumulto, y que esté por otra parte penetrada de una racionalidad inflexible».[1] Pero, ¿es todavía posible? Nietzsche pronosticó a finales del siglo XIX  el imperio del nihilismo durante doscientos años. Ha transcurrido más de un siglo y es patente el triunfo de la Nada sobre el Ser,  la realidad y, en cierto modo, sobre la Realidad de las realidades, como llama Zubiri a la divinidad.

Una de las ideas tradicionales más sólidas era la de la Nación, la pertenencia a amplias unidades de convivencia asentadas en la  idea de Patria, la tierra de los padres, los antepasados, una idea natural, espontánea, más restringida que la de Nación: la Patria se refiere a las familias, las unidades básicas de convivencia; la Nación a los miembros de esas familias, que pertenecen inevitablemente a una Patria como el conjunto de las familias, y a una Nación como el conjunto de individuos que participan del mismo êthos. Aunque no lo queramos, todos tenemos una Patria, pues hemos nacido de alguien que pertenece a una familia. Y también  a una Nación, ya que hemos convivido y seguimos conviviendo en la mayoría de los casos con otros individuos nacidos en la misma tierra compartida por otras familias y otros individuos bajo un mismo poder político. «La na­ción no tiene otro origen que una larga cohabitación de diferentes elementos bajo el mismo poder» (B. de Jouvenel).

 

2.- Séneca daba fe de que nemo patriam quia magna est amat, sed quia sua (nadie ama a su patria porque sea grande, sino porque es la suya) y Gea, la Tierra,  era una diosa para los antiguos, pues todos nacemos de la tierra. Recordando la realidad de la pertenencia a la tierra, se decía hasta no hace mucho los miércoles de Ceniza:  Memento homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris. Pero la ignorancia de la muerte da una falsa seguridad,[2] y esta frase de la Biblia Vulgata ha sido sustituida como saben, por la más líquida, aggiornata, neutral y light, “conviértete y cree en el Evangelio”; frase que disimula la verdad fundamental, inherente a la condición humana, de que hay que morir pero no se sabe cuando: certus an incerta quando.Seneca

De hecho, una de las consecuencias del nihilismo es la despreocupación, cuando no el desprecio, de la realidad, una de cuyas formas es la pretensión de ser inmortales, consciente en algunos casos y  una creencia colectiva inconsciente en la mayoría. El deseo de ser inmortales ha sustituido a la fe en la resurrección en el Occidente cristiano; algunas de las novelas satíricas de Houellebecq aparentemente pornográficas, aluden a la irrealidad de las formas posibles de eludir el hecho irreversible de la muerte, indispensable para entender todo lo demás.

Pues bien: el ser humano, además de pertenecer a la tierra, pertenece a la cultura en que ha nacido. Es a lo que alude implícitamente la palabra Nación, del verbo latino nascor. Se nace en la cultura de una tierra concreta. Pertenecemos a una cultura y no a la que queramos. Podemos contribuir a la cultura, estar influidos por otra cultura, e incluso adoptar otra nacionalidad. Esto último es una mera cuestión legal, uno de cuyos aspectos es el problema, hoy tan corriente, de la inmigración y la integración. En general, el inmigrante se puede adaptar mejor o peor a la nueva cultura, asimilarse pero no integrarse. El primer descendiente se integra ya más o menos, aunque hay casos en que la cultura de origen prolonga, dificulta o impide la integración

 

3.- Casos. Un inmigrante hispanoamericano se asimila e integra inmediatamente en la cultura española (y viceversa) y la primera generación será ya madrileña, orensana, almeriense o de Lérida (en este último caso existe hoy un problema artificioso, pues la mafia nacionalista gobernante prefiere por ejemplo a musulmanes, que espera aprendan catalán, a los hispanos, que no necesitan aprenderlo). El inmigrante hispanoamericano se adaptará o asimilará perfectamente en otras naciones europeas -mejor en la italiana por la lengua, algo menos en la francesa- y la primera generación estará completamente integrada. Si el inmigrante es europeo, se adapta perfectamente en cualquier Nación de esta cultura y sus primeros descendientes estarán ya completamente integrados. Los primeros inmigrantes chinos, japoneses, indios, etc., más bien conviven que se adaptan, pero los descendientes inmediatos, si no están integrados suelen estar perfectamente adaptados y sus descendientes estarán integrados. Un caso especial son los judíos, pero en las naciones de cultura cristiana acaban adaptándose o integrándose. Me detendré un momento en esto.

El austriaco Josep Roth escribió: «sentirse en casa dentro de una nación, es una emoción primaria del hombre europeo civilizado, en modo alguno una “cosmovisión” y jamás un “programa”». Este gran escritor era judío, igual que otros judíos asentados tiempo atrás en Austria o Alemania que, vinculados por la tierra, las sentían como su Patria y su Nación. Muchos de ellos lo demostraron defendiéndola con las armas y muriendo por ellas y una espléndida pléyade de intelectuales de esa nación bíblica sin territorio se consideraba alemana o austriaca, que vienen a ser lo mismo. Atestigua Stephen Zweig, también judío y excombatiente, en su oración fúnebre por Roth, que en el Imperio austro-húngaro, «fueron única y exclusivamente los judíos quienes mantuvieron la existencia de la cultura germana» en todos aquellos territorios marginales en que estaba amenazada su lengua.[3]hogar

Es cierto pero no una regla general, cuando los judíos se integran han perdido o abandonado la fe aunque sigan siendo adeptos a los ritos. Sin embargo, si el ambiente no es hostil por causas históricas pueden estar perfectamente integrados, conservar su fe y no ver el cristianismo como un adversario. No obstante, uno de los objetivos del bolchevismo y el internacionalismo socialdemócrata, que deben mucho a intelectuales judíos como Trotski, por citar uno sólo, consiste en acabar con las naciones.

La gran excepción suelen ser los musulmanes. Igual que en el caso de los judíos, la nacionalidad se transmite por la sangre y emigren donde emigren, siguen perteneciendo a la umma, la nación musulmana. Si permanecen en su fe, podrán convivir, se adaptarán más o menos, y, como se estamos viendo, no les resulta fácil integrarse. En realidad, consideran la tierra donde están asentados, dar al chahada, la casa a integrar en la umma, es decir, en dar al islam, en la casa del islam; la casa alude al lugar asentado en la tierra donde se mora.

[CONTINÚA]

[1]           Aventuras de las ideas. Barcelona, José Janés, 1947. I, VI. 3, p. 133.

[2]             H. Thielicke, Vivir con la muerte. Barcelona, Herder 1984.IV, e), pp. 198ss.

[3]      El legado de Europa. Barcelona, Acantilado 2003. P. 271.

Una respuesta a “«Europa: la destrucción de las naciones» I. Dalmacio Negro.”

  1. Armando, esta conferencia arroja una luz potente sobre el estado de confusión y nihilismo que nos rodea. Por favor, publicala entera en cuanto se pueda. Es necesario volver a «apostar por la muerte» como nos invita Messori en su libro o Fabrice Hadjadj en «tenga usted éxito en su muerte». A esa luz podremos volver a las raíces en el aire cultural que respiramos como hijos de nuestro tiempo.

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